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Publicado: Mar Ago 23, 2005 1:59 pm Asunto: Para periodistas |
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Antonio Mangione
La arrogancia de los periodistas
Miguel Wiñazki.
Mwinazki@clarin.com
La vanidad de los periodistas que son vanidosos, atenta contra el periodismo mismo y si se quiere, no es casual que Tom Wolfe, el gran gurú del así llamado “Nuevo Periodismo”, haya titulado “Hoguera de Vanidades” a una de sus novelas más emblemáticas.
La vanidad es un tema que los periodistas conocen bien. No sólo porque muchos lo son, sino porque la vanidad de los entrevistados es una variable central. El engreimiento puede traicionar a cualquiera que con tal de aparecer en un medio, se vuelve capaz de decir cualquier cosa, aun aquellas que lo incriminen o desacrediten.
Es que el asunto no involucra a los periodistas y nada más. Sino a la mayoría de los seres humanos. Sin embargo, hay formas y matices de la vanidad. Y también existen atributos que se parecen mucho a la vanidad y que son otra cosa.
Hace unos meses le pregunté a Jill Abramson, editora general de The New York Times.
-¿Cuál es la virtud que debe poseer un periodista para ser un periodista de The New York Times?
-Ella, que es la mujer más modesta del mundo y de bajísimo perfil, respondió sin titubear:
-La arrogancia.
No se refería a la mera vanidad, ni al narcisismo, sino mas bien al orgullo, a la suficiencia y a la seguridad que debe sostener alguien que busca noticias y que no debe detenerse ante los obstáculos, que debe saber imponer su personalidad para llegar hasta el corazón de las historias. Esa es una forma positiva y profesional de la jactancia.
Existen otros descaros, negativos y nefastos, como los de los mitómanos, como Jayson Blair que escribía historias falsas en The New York Times precisamente, antes de que Jill fuera la editora general. Más que arrogancia la de Blair fue mera vanidad, la intención de aparecer y brillar, aún a fuerza de mentiras.
Jill Abramson preconiza una especie de paradojal arrogancia modesta. Una arrogancia metodológica, un punto de partida necesario para arribar a las noticias sin retroceder ante la timidez ni los obstáculos. La arrogancia es productiva, y la vanidad, como su claro nombre lo indica vana. No lleva a ninguna parte sino al aplauso que el vanidoso orquesta para sí mismo.
Hay una anécdota, vinculada a esos laberintos de la condición humana, que siempre me llamó la atención entre otras cosas porque la protagonizó un genio llamado Ludwig Wittgenstein, uno de los mas grandes filósofos de todos los tiempos, que eligió para transitar sus días, la soledad, y a veces la soledad extrema al punto de que vivió durante años en una cabaña aislada y frente a un fiordo en Noruega. Wittgenstein nunca accedió a reportajes periodísticos. Ni se le pasó por su cerebro privilegiado tal posibilidad, y sólo compartía sus manuscritos con muy poca gente. Detestaba la notoriedad. Sin embargo, tenía rasgos arrogantes.
Estudió filosofía en Cambridge, a principios del siglo XX y como ha contado muchas veces Bertrand Russell, otro filósofo genial, a la sazón referente y maestro de Wittgenstein; “se me acercó un día al final de su primer período de estudio en Cambridge y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si yo soy un completo idiota o no?’ –‘Yo le replique: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta? El me dijo. ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero si no lo soy, me haré filósofo’. ‘Le dije que me escribiera algo, contó Russsel, ‘sobre algún tema filosófico, y que entonces le diría si era un completo idiota o no. Al comienzo del siguiente período lectivo, me trajo el escrito. Después de leer sólo una frase, le dije: No- Usted no debe hacerse Ingeniero Aeronáutico’ ”.
Su pregunta, la pregunta de Wittgenstein, “¿Usted cree que soy un completo idiota?”, es de una arrogancia mayúscula. Sabía que no era un idiota. Quería que su maestro constatara que no lo era. Quería certificar de algún modo, nada menos que ante Bertrand Russell que el también podía ser un gran filósofo. Tuvo la arrogancia de preguntar. No hubiera sido el gran pensador que fue, sin esa dosis de altanería, si se quiere sutil, pero presumida al fin y al cabo.
Hay periodistas vanidosos que sólo se aplauden a sí mismos. Y que piden aplausos todo el tiempo. Y los hay arrogantes, que pisan fuerte aun venciendo (en algunos casos) una natural timidez, solo para informar mejor. Aún cuando aquello que informan desagrade a muchos, aun cuando no cosechen apologías, sino rechazos. Hay vanidosos que pueden alcanzar el éxito. Pero eso no garantiza que sean buenos periodistas, sino más bien lo contrario. Y hay arrogantes que pueden soslayar el éxito (que en sí mismo es vano) y no obtener nunca el reconocimiento del gran público. Pero eso no impide, que, de pronto, sean magníficos periodistas. |
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